Cuando se habla de la época prehispánica, los mexicas han sido la civilización mesoamericana por excelencia, pues de esta cultura es de la que se cuenta con una mayor cantidad de fuentes y cuya ubicación actualmente es la que ocupa la capital del país. En sus orígenes, parecería que los mexicas eran una comunidad de renegados del Valle de México, pues estaba sometida al Señorío de Azcapotzalco. Para ganar importancia en el valle, tuvieron que adoptar una forma de gobierno similar a la de sus vecinos, y para 1376 habían proclamado al primer Huey Tlatoani . Aunque para ese entonces ya contaban con una estratificación social más compleja, sus funciones eran un tanto superiores a las de un jefe tribal.1
La suerte de los mexicas cambió en 1433, cuando en alianza con Texcoco lograron derrotar a Azcapotzalco, posteriormente obtuvieron bastantes beneficios de esta victoria, los cuales eran reflejados en un mayor dominio territorial y, por consiguiente, una mayor entrada de tributo por parte de los sometidos. La mayor parte de esos beneficios fue para la nobleza. Lo anterior se trató de la última transformación política en el Valle de México antes de la Conquista.2
Una vez alcanzado el control del valle, aquella comunidad de modesto origen comenzó a legitimarse y a transformarse en la poderosa sociedad que sometió a buena parte de Mesoamérica. Poco antes de la llegada de los españoles, la cultura Mexica se encontraba sumamente legitimada y bastante enriquecida culturalmente. En cuanto a la estratificación social, también ocurrió una diversificación de la misma, la primera ocupada por la nobleza, y formada por la importancia que tenían estos en el imperio, y la otra parte eran los llamados macehuales, que era la mayoría de la población.
Aunque el Estado tenía un lugar de suma importancia para el desarrollo de una sociedad, la población de la misma ocupaba el cuerpo principal para la creación y dinámica de su cultura. Anteriormente se mencionó que fueron los mexicas la sociedad mesoamericana con una mayor cantidad de fuentes, lo que representa una ventaja para analizar a su población de una manera “más exacta”, en sus distintos ámbitos culturales.
Dependiendo el puesto que ocupasen, la nobleza se encargaba de la administración gubernamental o de los rituales religiosos, no obstante, era un grupo reducido, el cual representaba apenas entre el cinco y el diez por ciento de la población.3 Aunque pareciera que la subsistencia del Imperio mexica dependía de la nobleza, en realidad dependía de los macehuales.
La manera en la que los habitantes de Tenochtitlan realizaban sus actividades y obligaciones diarias no fue muy distinta al resto de las comunidades mesoamericanas: grupos de familias emparentadas que realizaban una actividad en específico y por la cual debían pagar tributo a sus gobernantes. La presencia de enormes cuerpos de agua aledaños a la ciudad facilitaba actividades como la agricultura. Asimismo, se realizaban actividades relacionadas con las artesanías y el comercio.
Las comunidades se organizaban en forma de “barrios”, los cuales estaban compuestos por edificios públicos como un templo, plazuela y casa de juntas, además de las viviendas de las personas. Dichas viviendas eran construidas con adobe y poseían un promedio de tres habitaciones, una cocina, alguna pequeña bodega y un corral.4 Estos se encontraban a los alrededores de la ciudad. La nobleza, por su parte, tenía sus moradas ubicadas cerca de las plazas y calles principales.5
La mayoría de las actividades económicas referidas se realizaban en Tenochtitlan, pues, al ser la capital del imperio, contaba con elementos que eran reflejo de las personas que la habitaban, fuesen de la clase que fuesen, lo que podía apreciarse por separado o en conjunto como sociedad. Un ejemplo de lo anterior fue la arquitectura, cuyo significado recaía en la utilidad del edificio, por ejemplo si se trataba de un templo, un palacio, una casa o cualquier otro.
Asimismo, entraban otros elementos sensoriales, como los sonidos y olores, aquellos producidos por las personas en las calles, plazas y mercados, además de los instrumentos utilizados para los rituales cotidianos en el transcurso del día y de los sonidos ambientales producidos por el agua y el viento. En el caso de los olores era bastante común el del humo de las viviendas, así como el copal de los rituales religiosos. Aunque no hubiese un olor desagradable por toda la ciudad, probablemente quedaban malos olores que nos recordarían a como huele la calle de un mercado descuidado. En el ámbito de la seguridad, Tenochtitlan contaba con leyes cuya violación era sumamente castigada, como una forma de dar una “lección” para las demás personas.
Pese a que lo anterior son elementos que fácilmente podrían generar unidad para los habitantes de Tenochtitlan, la realidad es que esto no curría, pues dependiendo la clase a la que pertenecieran poseían tratos y estilos de vida distintos, y esto no estaba relacionado únicamente con lo material. Un claro ejemplo era la educación, para la cual existían dos lugares destinados: el telpochcalli, que era la escuela local de cada barrio y a la que asistían los hijos de los macehuales, y el calmecac, que era la escuela en donde iban los hijos de la nobleza.6
Los objetivos de estas escuelas era la formación adecuada de los jóvenes, y tenían el objetivo de que pudiesen llevar a cabo sus obligaciones como nobles o macehuales. Además, la forma de vestir era parte de los diferentes tratos que podían tener las clases, por ejemplo, los nobles poseían ropas de una calidad mejor, además de tener adornos que reflejaban su condición social, en muchas ocasiones producto de los tributos.7
Cómo hemos visto, la relación de ambas clases por medio de sus hábitos sirve de complemento para estudiar a los mexicas. No obstante, en el caso de los macehuales ocurría algo que los hacía más interesantes, pues la dinámica que había en los barrios era diferente a las de los sitios más concurridos de la ciudad, porque existía un gran sentimiento de unidad y cooperación entre los habitantes de cada barrio, gracias a que sus habitantes se encontraban emparentados (o con esa creencia).
Ese sentimiento era reflejado en las reuniones efectuadas en las plazas, las fiestas que se realizaban y las preocupaciones de la comunidad en general. Incluso se podía dar casos de encubrimiento de delitos, pues esta unidad hacía que se les tuviera un fuerte rechazo a los que buscaban ir de “soplones” con las autoridades.8 Ahora bien, pese a este este sentido de unidad, también existieron personas marginadas de su comunidad. En estos casos, algunos encontraban distintas la forma de subsistir; podían ser “artistas” callejeros, prostitutas, “cargadores”, e incluso ladrones y secuestradores.9 Estas situaciones de marginalidad y delincuencia solamente eran posibles con la existencia de una gran ciudad en la que pudiesen “burlar el sistema”.
En general, la cultura de las personas oriundas de Tenochtitlan tenía varios matices, los cuales nos permiten observarla desde distintos ángulos y enfoques. Es interesante que existieran dinámicas locales en las que pareciera que se habla de una cultura distinta.
En conclusión, podemos decir que los mexicas no solo pueden destacar por su dominio en Mesoamérica y sus grandes descubrimientos en las ciencias, sino también en la vida diaria de su gente, ya que quizás sea la única cultura mesoamericana con la que se cuenten con datos tan íntimos de sus clases sociales y los grupos subalternos existentes en ellas.
1 Enrique Semo,La antigüedad. Los orígenes: de los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias, 22,00 a.c.-1519 d.c., tomo I de Historia económica de México, unam Océano, México, 2006, p. 239-240.
2 Ibídem, p. 243.
3 Ibídem, p.281.
4 Pablo Escalante Gonzalbo, “La ciudad, la gente y las costumbres”, Historia de la vida cotidiana en México. Tomo I: Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, El Colegio de México/fce, México, 2004, p. 204.
5 Ibídem, p.205.
6 Semo,op. cit.,p.250.
7 Escalante Gonzalbo, op. cit.,p.238-241.
8 Ibídem, p. 216-218.
9 Ibídem,p. 219-221.
Gonzalbo, Pablo, “La ciudad, la gente y las costumbres y “La casa, el cuerpo y las emociones”, en Gonzalbo, Pablo (coord.),Historia de la vida cotidiana en México. Tomo I: Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, El Colegio de México/fce, México, 2004, pp. 199- 259.
Semo, Enrique, La antigüedad. Los orígenes: de los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias, 22,00 a.c.-1519 d.c., tomo I de Historia económica de México, unam/Océano, México, 2006, pp. 231-287.