Para mis compañeros del Instituto, que a pesar de la adversidad
que nos ha tocado vivir siguen adelante y no han dejado de lado
los estudios, aún con las dificultades que se presentan.
Me despedí un jueves de mis compañeros con algo de tristeza al saber que no los vería por un par de días a causa de la suspensión de clases, en conmemoración del natalicio de Benito Juárez. Lo que solo sería un pequeño descanso de la universidad, se convirtió en unas vacaciones sin retorno, al menos a nuestros salones. Si hubiera sabido lo que pasaría más adelante, hubiera abrazado con fuerza a mis amigas, al igual que a mis compañeros de licenciatura
A principios del segundo semestre, Andy, una amiga del salón, mencionó que tenía miedo a que llegara el covid-19 a México, por lo que esto implicaría: confinamientos, muertes, angustia. Yo le dije que eso no pasaría, aunque no sé si lo dije con la idea de calmarla, como lo hago con mis hijos en algunas situaciones de angustia e ingenuidad, o para calmarme a mí misma. Pasadas unas semanas todo estaba “bien”, clases normales, salidas con mis compañeros, seguíamos en la cotidianidad de nuestro día a día, pero los noticieros daban otros indicios, el virus se expandía rápidamente por el mundo, era cuestión de días para que llegara a nuestro país. Como ya sabemos, no regresamos a la uaem después del puente. Todo fue tan rápido, de pronto estábamos pensando en escenas apocalípticas, algunos con la esperanza de regresar después de Semana Santa, escuchando a nuestras autoridades dándonos largas y nada concreto, pensando ¿qué vamos a hacer? ¿qué pasará?
Las primeras semanas viví con la esperanza de regresar, aunque en mi interior sabía que eso no pasaría, decidí pensar en las ventajas de estar en la casa, estar con mis hijos, despertar tarde, pero llegó un momento en el que se volvió tan monótono que podía dormir a las dos de la mañana sin problema. Realizaba las tareas del hogar y de la escuela de malas, el encierro te vuelve diferente, te hace apreciar y extrañar el trato personal, nos damos cuenta de lo importante que es el contacto físico. Nuestra mente divaga tanto que pensamos cosas que no. En este tiempo me gustó leer notas (y digo gustó en pasado, porque con la tarea ya no lo hago) de lo que provocó el confinamiento: la manera en que afectó los trabajos, a las relaciones de pareja (o a la nueva modalidad para encontrar una) y el incremento en la taza de depresión y suicidios. Enseguida me vino a la mente la idea de que mis compañeros de nuevo ingreso no se conocían, considero que a todos nos llena de emoción relacionarnos con nuevos compañeros y profesores, suponer quién podría ser nuestro amigo o encontrar a alguien de nuestro gusto. Además, pienso que el Instituto de Humanidades no se caracteriza por ser muy sociable. Estimo que la mayoría de los que optaron por estas licenciaturas son serios, callados, o fueron los “nerds” de su salón en el periodo de bachillerato (la mayoría, no todos). ¿Cómo les afectará a mis compañeros este confinamiento? Tal vez apenas estaban teniendo amigos, conociendo a una persona que les gustaba, o, si el virus entró a sus hogares, ¿cómo lo sobrellevaron? ¿cuántos tuvieron que dejar los estudios por falta de solvencia económica o la falta de tecnologías para tomar clases a distancia? He pensado en todas las adversidades que nos ha traído este virus, tanto personales como académicas.
Terminamos el segundo semestre como pudimos, con actividades a distancia y algunas video llamadas, pero un nuevo semestre en línea no era lo que esperábamos. Para algunos la universidad es un escape, el único lugar donde podemos tener interacción con alguien más, fuera de nuestras familias. A falta de buenas nuevas, continuamos con las clases virtuales, una manera a la que muchos no estábamos acostumbrados: ruidos en la casa, mala conexión a internet y falta de herramientas tecnológicas nos complicaron un poco las cosas. A esto hay que sumarle el encierro y todas las negativas que nos trajo, tengo amigas que por el estrés de trabajos y tareas han llegado a tomar antidepresivos, ¿antidepresivos a esa edad? ¿tanto nos ha dañado el confinamiento?, ¿merece la pena tanto sufrimiento por un título universitario? Como estudiante en la licenciatura de Historia, pienso que es un sueño de muchos vivir un hecho histórico, pero no es hasta que lo vivimos que nos damos cuenta el costo que este tiene.
Algunos compañeros dejaron la universidad por la falta de dinero, tuvieron que comenzar a trabajar, enfrentar la realidad de la vida adulta, perder la poca niñez que les quedaba y tomar las riendas de su vida. Pienso también en lo privilegiados que somos algunos por no haber tenido que tomar tan difícil decisión, sin embargo, a cada uno nos ha pegado de diferente manera. En lo personal, el no interactuar con más personas me amarga la vida, amo a mis hijos con todo mi corazón, pero yo soy de la idea de que no es sano estar todo el día con una persona, uno necesita aire, distracciones, otros temas de conversación.
En algunas noticias de mi comunidad leí de estudiantes que morían por estrés, aunque me pregunto si fue más el estrés o pensar demasiado las cosas en una vida de encierro. Compañeros del instituto han perdido a seres queridos a causa del virus, y no sólo me refiero a la muerte, sino a dejar un noviazgo debido a la distancia. A esas amigas me gustaría haberlas abrazado cuando lo necesitaban, sin embargo, en estos tiempos, he aprendido a hacerlo con las palabras... Pero no todo esta tan mal, algunas continuaron con sus noviazgos y otras con más suerte empezaron uno a la distancia. Me encanta esa etapa cuando “el amor” lo puede todo y es mejor vivir aferrada a esta esperanza que trae felicidad, que a un pensamiento que deja tragos amargos. Y este tenor de felicidad me hace recordar a una amiga con quien comparto salón, pues el confinamiento le ha dejado cosas buenas. Mientras que para muchas personas la pandemia vino a representar el peor año de su vida, ella no lo ha visto así. 2019 había sido un año complicado para ella, el peor en muchos aspectos, y al llegar su fin, el único deseo que tuvo fue que el siguiente año fuera mejor y diferente. Cuando 2020 terminó, había meditado sobre él y su deseo pasado, y notó que a pesar de la crisis sanitaria que estamos viviendo, no podía decir que hubiera sido un mal 2020.
“La cuarentena” comenzó en marzo, de inmediato dejó su casa en Jiutepec, donde vive durante las clases, para volver a su pueblo, cerca de su familia. La primera cosa buena de la cuarentena fue pasar tiempo con sus papás, ya que, debido a su trabajo, desde niña no pasaba mucho tiempo con ellos, por la pandemia tuvieron que dejar de trabajar alrededor de dos meses, en los cuáles, a pesar de seguir en clases, encontró tiempo para desvelarse con su mamá viendo series.
Otra cosa buena fue acercarse a nuevas personas y hacer nuevos amigos. Una noche de aburrimiento con algunos compañeros organizaron una partida del juego de moda, la cual se extendió hasta casi las 4 de la mañana y de la que salieron grandes amistades, se unió a personas que ya consideraba amigos, empezó a conocer a personas muy importantes que le hicieron notar que las heridas que tenía del pasado ya habían sanado y estaba lista para volver al mundo con un corazón más fuerte que antes.
Para ella la cuarentena significó todo un proceso de cambio y redescubrimiento. Estar en casa, en su pueblo, con la naturaleza, lejos de las personas, con mucho tiempo, le ayudó a meditar sobre su vida, lo que quiere y lo que ha vivido, pudo establecer nuevos sueños y metas, experimentar nuevos sentimientos, adquirir nuevos pasatiempos, empezar un proceso de transformación personal que siempre había querido, con una versión mejorada. Aunque no todo ha sido bueno y brillante, la pandemia no resultó ser del todo una mala experiencia, fue algo que no sabía que necesitaba y a pesar de que extraña hacer muchas cosas, como ver personas, se siente tranquila y en paz con esta experiencia.
Una amiga más cercana a mí me escribió un poco de cómo han sido estos meses y se puede notar el contraste de vivencias, respecto al de mi otra compañera, “revivir los acontecimientos que me ha causado este encierro me causa temor”. Y continúa explicando:
Jamás creí sobrevivir a estar ocho meses encerrada con mi familia. Al crecer se nos ha inculcado (al menos en mi hogar) a que estar con la familia es sagrado y debe ser apreciado, pero considero que después de esta pandemia mi familia cambiará bastante, mi casa es amplia, espaciosa y afortunadamente no tengo vecinos de los cuales cuidarme, el vecino más próximo está a un kilómetro, mi residencia se localiza en una zona semi rural, la parte buena es que teníamos momentos para salir a respirar otro aire. Al comienzo de la pandemia mi familia estuvo dentro de la paranoia colectiva, no se nos permitía ni salir a la tienda, poco a poco algunos vecinos fueron muriendo por falta de fe hacia el virus, mi familia cada vez vivía más estresada, mis abuelos se veían tan molestos pues no tenían la privacidad que les brindamos al ir a la escuela, pasaban los meses y más gente moría, el mundo cambió ante nuestros ojos.
Este encierro me causó varios problemas de ansiedad, el estrés de las clases en línea, brindar tiempo a Ángel y Camila para hacer su tarea, e interactuar con ellos para que no solo hicieran las labores, sino que realmente entendieran lo que hacían, fue un logro, los dos subieron de calificaciones. Durante la pandemia mi relación sentimental se veía afectada por el tiempo, mi ex pareja era muy dependiente de mí, pero con el tiempo consiguió a alguien más que le brindaba lo que él necesitaba.
Mi problema de ansiedad se veía incrementado por los comentarios religiosos de mi familia ¿pero en qué ámbito? A pesar de que mi familia es extremadamente religiosa, todos son católicos y fieles creyentes de la iglesia, el que yo sea atea les causa bastante temor “por el pecado tan grande que estoy creando”, los comentarios continúan hasta el día de hoy, mi conversión al catolicismo es una meta de año nuevo para mi abuela, lo cual me desgasta mentalmente pues no es cómodo vivir en una familia donde te piden respetar sus creencias, pero nadie respeta las tuyas. Esta cuarentena inauguró uno de mis romances, pues aún con la distancia me enamoré de un chico que vive tan lejos de mí, que la única manera de vernos para cuidarnos del virus, es a través de video llamadas, así estuvimos dos meses pensando en lo que sería y uno más de novios, supongo que en algún momento la pandemia separa parejas, pero une a otras.
Como jefe de grupo, tuve bastante contacto con mis compañeros de nuevo ingreso ayudándoles en las dudas que les surgieran, en especial me pude acercar a una compañera con quien tuve la oportunidad de tener una llamada y conocernos un poco. En la plática me hizo saber que mis compañeros de primer semestre se las han ingeniado de la mejor manera posible para conocerse, son muy activos en sus grupos de redes sociales, se apoyan en tareas y bromean entre ellos.
Creo que no sería justo ventilarlos a ellos, si no lo hago de mi persona. Todo mundo sabe, o al menos nunca lo he ocultado, que soy mamá de dos hijos, el primer año de universidad supe balancear, a mi parecer, mi vida en todos los ámbitos, madre, estudiante, mujer… con esta nueva realidad ha sido todo un desafío para mí, yo soy ahora la maestra de mis hijos, si no aprenden, es mi culpa. Tengo que correr a hacer la comida al terminar las clases, poner atención al mismo tiempo que estoy al pendiente de mis hijos, pasar toda la tarde sentada en un sillón escribiendo y leyendo, porque si no lo hago, no aprendo. No me gusta llorar por mis desafíos, soy de la idea de que no hay de otra, afrontas la realidad o te quedas, como ese dicho “lo que no te mata te hace más fuerte”. No sé si es la edad por este pensamiento, o como me criaron, tampoco pido que todos piensen como yo, no a todos nos afectan de la misma manera las situaciones, una de las cosas que he podido aprender en esta pandemia es tener empatía por las personas, que las cosas que a los demás les afecta no forzosamente deben afectarme a mí y viceversa. A principios de este confinamiento hubo una noticia que me afectó, una madre había decidido privar de la vida a sus hijos y a ella, por el miedo de vivir con lo que conlleva este virus. No puedo juzgar a esa persona, porque yo no sé por lo que estaba pasando, sólo nos queda observar las cosas a nuestro alrededor y tomar lo mejor para nosotros. A pesar de no poder ver a mis amigas y familia por obvias razones, no hemos tenido un distanciamiento emocional, pues uno se va adaptando a lo que hay, a esta nueva realidad, con video llamadas para resolver algunas dudas de las clases o contar algún chisme, aunque no es lo mismo por mensaje o videos, nos basta para mantenernos al día y sentirnos unidas.
Ya es enero, casi diez meses de nuestra ausencia en la universidad, y aunque este semestre que concluyó no me fue nada mal, se ha pasado tan rápido que me he dado cuenta que nos carcome con mayor fuerza la idea de pensar el tiempo que falta para salir. Ya se tiene una vacuna, nos tocará en un par de meses, se desvaneció la angustia de concluir la licenciatura a distancia. En unas semanas iniciaremos un nuevo semestre, con los miedos que este trae, pero a mis compañeros y a mí no se nos han decaído los ánimos, nos mantenemos unidos como grupo, tomando con humor algunos acontecimientos.
Cuando acabe esto, los historiadores de la actualidad podrán decir que vivieron un hecho histórico, unos dicen que es el inicio de este siglo.